El velorio de Fogwill fue en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. En las mesas del bar de la biblioteca que está en la plaza se oían las anécdotas desopilantes de Fogwill. Era una parada intermedia, y el lugar de retorno después de haber pasado un rato al lado del féretro.
Adentro del edificio de la biblioteca, en la sala Cortazar, había música clásica que salía de un iPod. El cajón, cerrado, tenía en su cabecera el cuadro hecho por el Grupo Mondongo. El cuadro se apoyaba sobre el ventanal, desde donde se veían los aviones que salían de aeroparque. A no más de ocho pasos del ataúd había sillas de plástico. Pasaron artistas de todas las ramas y géneros, los comerciantes del barrio que le fiaban, la empleada que limpiaba la casa, las ex esposas, las hijas y los hijos.
Fue una bronquitis que se agarró de la feria del libro de Montevideo lo que lo llevó a ver a un neumonólogo del Hospital Italiano, quien le ordenó una intervención urgente, debido a lo delicado de su cuadro crónico (tenía enfisema).
La sala se cerró a la noche y se reabrió al día siguiente. Un cortejo fúnebre lo llevó desde Recoleta hacia el sur, pasando por Constitución, para volver a Quilmes.
Fue un domingo gris, frío, triste.