Galería Güemes

Es uno de los casos más curiosos de un lugar que se convierte en paradigmático de un autor a partir de un único texto. En la galería sucede el cuento El otro cielo, publicado en 1966 en el libro Todos los fuegos el fuego.

Después de la publicación de Rayuela, tres años antes, el vínculo con la Argentina parece haber mutado para Cortázar en una necesidad de distancia. El tema se manifiesta en El otro cielo. Es 1945. Un corredor de bolsa llega, desde un pasaje de la Galería Güemes de Buenos Aires, a la Galería Vivienne de París. El paso no es solo espacial, sino también temporal. Porque el personaje que sale del otro lado lo hace en el siglo anterior. En los dos tiempos, en los dos espacios, el corredor va a sufrir y vivir por el amor. El tema del pasaje es recurrente en la obra de Cortázar. Y es central para comprender su búsqueda estética y sus obsesiones personales. Estar acá o allá, quedarse o irse, esta lado o aquel.

Además, el cuento traza una línea con la tradición literaria en la que Cortázar busca inscribirse. Si una de las presencias que se perciben en sus cuentos es la de Borges, en El otro cielo Cortázar cita sin nombrar a Roberto Arlt. Escribe: “Hacia el año veintiocho, el Pasaje Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se mezclaban la entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las ediciones vespertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala del subsuelo donde pasaban inalcanzables películas realistas”. En 1928 Arlt había escrito una de sus célebres aguafuertes acerca del pasaje. En ese texto decía: “Hacía la mar de tiempo que no ponía los pies en el Pasaje Güemes. No sé si de aburrido o por faltarme plata. El caso es que me había olvidado que sobre esta santísima ciudad se elevaba un edificio-colmena, especie de Puerta del Sol de Madrid, donde se cita una infinidad de gente para mirar pasar a sus semejantes o ‘semejantas’. Porque esa es la impresión que me ha producido hoy al supradicho pasaje. Y de pronto, como un provinciano que con cierto temor se mete en un bar palpándose los bolsillos y mirando la tarifa de los bebestibles que allí se mercan, yo he entrado al pasaje ‘mercantilero’”.